Vidas lastradas


Hay ideales de vida y felicidad que me resultan absolutamente inhumanas. Como escritas en la comodidad de un sillón regio al margen del polvo que pisamos los mortales. Entre ellos un libro que tengo ahora entre las manos, que me está cargando en sus absurdos.

Hace continuas referencias a una vida sin lastres, sin compromisos fuertes, sin tareas «pendientes», sin lazos que atrapen el corazón del hombre. Una vida que se me antoja por tanto sin pasión, sin vínculos, sin haber decidido nada clave y fundante, sin llegar al meollo de las cuestiones; una vida de lo más superficial, propuesta como lo más feliz de todo lo feliz posible para el hombre. Sobre la faz de la tierra no conozco a nadie cuya felicidad pueda consistir en haber hecho todo lo que pudo haber hecho, en no llevar sobre sus hombros nada absolutamente nada que le cargue, en no haber sabido enraizar y comprometerse radicalmente, en no haber sufrido en muchas y muy variopintas ocasiones los avatares y sinsabores de la vida. No puede existir una vida profunda sin lastres, no hay vida real sin ellos, por tanto tampoco felicidad real deshaciéndolos. Y todo lo demás, sintiéndolo mucho, se queda como simple literatura ingenua que condenará a la infelicidad más real que exista, una existencia que permanece cautiva y presa de palabras bonitas e irreales, de propuestas falsas que engañan, de lobos que devoran bajo la piel de dulces ovejitas dóciles. ¡Mentira!

La vida humanamente vivida es una vida felizmente lastrada, y la felicidad no se esconde detrás de muchas cosas, sino que se va viviendo en todas ellas. No hay mayor alegría en el mundo que tener algo por lo que poder dar la vida, entregarla por completo, a lo que esclavizarse para siempre. No hay sentido fuera de aquello con capacidad tanto para atraparnos como para modernos, para acogernos enteramente. No hay nada humano que suponga historia construida, y por tanto pasado que llevar a las espaldas.

Una vida lastrada por la ignorancia es esto que propone este libro de insididas precisamente, una vida engañada, una vida idealizada, una vida propuesta más allá del hombre mismo de carne y hueso, como si para ser feliz tuviésemos que abandonar nuestra naturaleza, nuestra condición, nuestros apegos, nuestras carencias, nuestras debilidades, nuestros fracasos. Si no puedo ser feliz así, con todo esto, aseguro que no hay felicidad humana posible. Y este libro, con el que no puedo más, ni lo voy a regalar siquiera, ni lo pondré en la estantería para confundir a otros que vengan buscando aliento, no habla de otra cosa más que la libertad ingenua, el éxito de los planes y proyectos, la felicidad que se alcanza pisando nuestra fragilidad. Éste, como tantas otras «medio verdades» contaminadas de muchas mentiras, impiden al hombre, entre otras muchas cosas, mirarse en verdad y quererse de corazón, dejarse mirar incluso por Dios y reconocer en su misericordia un amor que no le humilla, y en su perdón y reconciliación una palabra más grande que cualquier mal que haya en su corazón. La felicidad humana tienen que ir de la mano de los lastres, hasta el punto de amarlos incluso, de quererlos incluso, de soportarse a sí mismo incluso, de amar en ellos a quienes en ellos se significa, a quienes refieren, a quienes vienen con nosotros. Incluso diría más, que la felicidad está en permitir ser un lastre para otros, en dejarse llevar, en dejarse soportar, en saber ser cargado casi tanto como cargar, en asumir la debilidad como bien y como bondad de lo humano, y la limitación como posibilidad para ser abrazado. Y no entiendo ni otro camino, ni otra propuesta, ni más realidad que ésta que tengo delante de mí mismo.

Qué absurdos son algunos hombres con sus propuestas tan poco humanas, tan poco dignas. Qué poco se conocen a sí mismos los que hablan con la grandeza de los ángeles, sin haber pisado ni sufrido el polvo del camino. Qué fácil es escribir cómodamente sobre las cosas, sin vivirlas, sin amarlas y sin sufrirlas. Siento no haberme callado, pero en parte ejerzo mi responsabilidad, la tarea de saber llevarme, la posibilidad de liberar a otros de las mismas condenas, de la misma literatura, de la misma apariencia de riqueza, de los mismos lazos que atrapan a los más pobres de la tierra.

2 pensamientos en “Vidas lastradas

  1. Muchas gracias por esta entrada. No son pocas las ocasiones en las que me pregunto ¿vale la pena tanto esfuerzo? ¿realmente es esto lo que quiero de la vida? ¿no estoy haciendo el tonto con mi modo de vivir? Sin embargo, si en alguna ocasión intento renunciar a esos ideales que parecen tan asfixiantes no tardo mucho en volver a ellos. Me ha venido a la mente la parábola del hijo pródigo (no sé si realmente tendrá mucho que ver con el tema) en la cual, tras haber renunciado el hijo a su vida cotidiana con sus responsabilidades se fue de su casa en busca de lo que él creía que eran la «libertad» y la «felicidad». Lo más importante de esta historia es el final: cuando el hijo cae en su error y decide volver, su padre le espera con los brazos abiertos.

    Un saludo.

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