Educar el placer de escribir


Ayer pregunté en clase a mis alumnos si leían. Me dijeron que no. Les tuve que demostrar que sí, que sí leían y leían mucho. Que estaban todo el día leyendo y queriendo leer más y más. Especialmente aquello que les gusta. Porque les gusta leer. Y ninguno, al final de la demostración tecnológica que les hice, se atrevió a replicar. Fue como si una verdad contundente llegase a sus vidas, a pesar de estar viviéndola desde hace tiempo. Se han convertido en críticos literarios a su nivel, por vía afectiva e interés personal. Se están haciendo como escritores, y todos los días practican y afilan teclados móviles y fijos en la tarea de decir lo que piensan. Y sienten ya la necesidad de escribir, y la liberación que supone. Y descubren lo importante que es ser leídos, y que aquello lleve más allá incluso de las letras, y permita seguir hablando a través de nuevas letras. De modo que las letras llevan a su vez parejas más letras, y más palabras, y más diálogo, y más vida. Y las palabras que, por desahogo, tensión, interrogantes, sentimientos y emociones salieron de sí son creadoras de ilusión y de más sentimientos, y de más ideas a su vez. Y así, de forma imparable, se extiende por nuestro mundo el valor de la escritura, como testimonio perenne, pero fácilmente olvidado.

Y les pregunté si alguna vez se habían leído a sí mismos incluso. Y qué han pensado al mirar hacia atrás y ver lo que pensaban, y lo que sentían, y cómo lo decían. «¡Qué vergüenza, profe!» Ya no soy el mismo. Ahora he cambiado. Me preocupan otros temas. Lo diría de otro modo. «¡La que se lió!» En otros casos, más de uno lo dijo con excelente libertad, como un ejercicio de superación de la masa, que releía lo que escribía y se asombraba de su capacidad para contar cosas. Buscadores de belleza, y de verdad. Así los definiría yo. Buscadores de emociones, y del otro que es capaz de compartirlas. Buscadores ansiosos en ocasiones, compulsivos y desenfrenados. Buscadores centrados exclusivamente en la consecución de algo de felicidad en un mundo aplastantemente dirigido. Buscadores que, con sus letras expresan libertad y deseos de grandeza, y hacen suya su propia vida. Buscadores, sí. Grandes buscadores, que comunican, que alcanzan a otros, que ennoblecen a los demás señalan sus grandezas en los tiempos de la confusión y que hieren, porque también dañan y con mucha profundidad, cuando ellos mismos se sienten heridos.

Escribir, como siempre ha sido dicho por los grandes, supone una gran liberación, es expresión de uno mismo, más incluso de lo que parece. Supone dar testimonio propio, personal, único. Lo que he escrito, nadie más lo ha escrito al modo como yo lo digo y en el lugar en el que yo lo digo. Genera, delante de mí y ante otros, una realidad compartida a partir de la cual trabar relación, comenzar amitad, profundizar en los sueños, concretar poryectos. Está ahí, más o menos disponible, esperando ser leído al modo como cualquier persona busca ser querido, buscar ser acogido, busca ser comprendido. Las letras tienen ese poder, la inmensa responsabilidad de hacer de mediación más allá de las imágenes de lo que, de otro modo, no se podría decir. Y ajustan, matizan, dan pie a sutilezas, también a engaños entremezclados con la propia ignorancia y los sueños.

En nuestro mundo, con estos jóvenes tan maravillosos, con tantas personas buenas y estupendas, ¿cómo no empezar a descubrir el placer de escribir, y educar en él, pese al esfuerzo que suponga en ocasiones, para alcanzar mayor humanidad, mayor personalidad y más definida, mejores búsquedas? Si las letras de otros pueden hacer de brújula en esta tarea, las propias letras nos señalan las coordenadas exactas en las que nos encontramos. ¡Qué gran regalo ha hecho la educación de enseñar a unir signos! ¡Qué gran tarea queda por hacer, hasta convertir letras en expresión del espíritu! ¡Qué responsabilidad leer, y acoger lo que otros dicen, y seguir así esa búsqueda y pista!

4 pensamientos en “Educar el placer de escribir

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  2. ¡Qué maravilla!…Educar el placer de escribir. He hecho una lectura libre del título, he de reconocer que cuando lo he leido algo se ha removido en mí.
    Y una vez he hecho tal lectura libre, ya he leido tu pensamiento. ¡¡Ya ves!!.
    ¡Gracias, no sabes, no puedes hacerte a la idea, de cuantísimo bien ha hecho hoy leer el título de la entrada en mi!
    Muack 😉

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