No me quiero conformar


No quiero caer en la desidia ni en el tedio. No quiero pensar que ya he conquistado suficiente, que sé lo necesario en la vida, ni siquiera lo suficiente. No me quiero sentar a mirar la vida pasar como si tuviera la estabilidad suficiente. No quiero pararme a mirar cómo avanza la vida sin más. No me gustaría ser un alumno sentado en el pupitre mientras los profesores pasan a hablar de la vida que no he vivido. Ni un profesor que entra creyendo que sabe lo suficiente como para no aprender de sus alumnos. He probado algo magnífico, y quiero más. He probado que hay mucha Vida en nuestro mundo, que hay personas magníficas con las que desearía pasar más tiempo, he probado el entusiasmo, la alegría intensa, la riqueza que no se puede contener en las cosas. ¡Quiero más! No me vale con haber gustado una vez de las cosas, quiero repetir. No quiero conformarme con menos, ni con el recuerdo, quiero que sea para siempre. La insatisfacción más profunda del ser humano no es de las cosas que le rodean, ni se puede tapar con más materialismo, con más consumismo, con más experiencias, y mucho menos se puede saciar a base de personas, como si de ellas recibiera lo que yo soy incapaz de descubrir en mí mismo. La insatisfacción radical del ser humano, sus deseos más profundos están en otro orden, son un aviso para no reducirse ni dejarse vivir en medio de pozos sin fondo, y de cosas sin vida.

No me conformo por ejemplo con:

  1. No me conformo con mi tranquilidad personal. Porque estos días estoy descubriendo que en el mundo falta mucha paz, y se me han abierto los ojos también a la paz que está ausente en mi entorno, que no es violencia extrema, pero sí tensiones innecesarias y absurdas, fruto no pocas veces de la confusión de la gente.
  2. No me conformo con lo que he leído. Porque queda mucho por leer, y mucho muy interesante. Tampoco puedo conformarme por lo tanto con los mundos que hasta ahora he podido imaginar, vislumbrar o pensar. Y mucho menos con lo que he escrito, expresado, comunicado. Sea de palabra o plasmado en letras, existe mucho por explorar.
  3. No me conformo con haber tenido amigos, y poder recordarlos. Quiero que sigan presentes, que sean activos, que puedan tomar decisiones conmigo y yo con ellos, que continuemos cruzándonos en la vida y compartiendo la riqueza que cada uno llevamos dentro. No me conformo ni siquiera con el grupo maravilloso de amigos que tengo, quiero estar receptivo para nuevos encuentros, incluso con aquellas personas que en principio son diferentes.
  4. No me conformo con los alumnos que tengo. Los desearía mejores, sin duda. Los quisiera siempre despiertos, atentos, activos, participativos y estudiosos. Pero tampoco me conformo con mi actitud en clase. Siempre puedo aprender de ellos algo nuevo, y no creo que pueda llegar el día en que no tenga nada nuevo que enseñar. No me puedo conformar con la forma de dar clase, con las metodologías que empleo, con la forma de comunicar. Quisiera hacerlo siempre mejor, lo cual supone estar abierto a mis virtudes y a mis defectos, sin negar ninguno de las dos caras de la misma moneda, que soy yo y mi misión.
  5. No me conformo con la imagen que tengo de Dios. Y no quisiera hacerlo jamás. Creer que he entendido a Dios para siempre, que puedo saber lo que me pide en todo momento, como si en él no hubiera novedad o todo fuera la misma historia una y otra vez. No me conformo con la oración que tengo, ni con la entrega de mi vida. No puedo detener lo que ha empezado, y haría un flaco favor al mundo si algún día me mostrase ante él carente de búsquedas, de pasiones, de deseos, de dudas, de interrogantes, de entusiasmos y de vida descubierta. Aún así, sé que he sido testigo de cosas muy grandes, que vienen de Dios. Testigo en otros, testigo en mí. Y no creo que se pueda olvidar jamás, ni poder vivir de lo que sucedió en el pasado sin que actúe en el presente.
  6. No me conformo con lo que sé de la gente que me rodea. Como si tampoco ellos fueran capaces de sorprenderme, como si todo el tiempo que pasase sin vernos no supusiera nada en ninguna dirección. No me conformo, me muestro insatisfecho, y lo sé. Porque no pocas veces he “preconcebido algo”, “previsto tal cosa”, y la vida nos da un vuelco -muchas veces muy interesante y positivo- que pone rumbo en otra dirección.
  7. No me conformo con el amor recibido, ni con el amor que hasta ahora he podido entregar. Tanto uno como otro ha sido estupendo. Pero reconozco que siempre necesitaré más, y que siempre podré dar mejor.

Al principio del curso, no me quiero conformar con lo pasado. Es tiempo de mirar hacia el futuro, de renovarse o decaer, de terminar o dar por concluido. Hay muchas cosas en las que no me veo cerrando carpetas, terminando cuadernos, creyendo que está todo dicho. Quedan infinidad de personas por conocer, palabras que saborear, gente de la que aprender y a la que enseñar. Resta todavía mucho para un final que no está en nuestras manos, que no deberíamos dejar que cayera, sin más, en los falsos finales de los libros de historia contemporánea. Aún queda más, y este más, que siempre permanece, me ayuda a caminar. Este «más» y este «mucho» no lo decido yo. También es cierto.

Si para vivir del «más» hay que arriesgar, aceptar el riesgo y dejarse retar… ¡confiemos!

(Tomado de mi anterior blog)

Aplicando el gerundio


De pequeño aprendí a obedecer dócilmente a la voz «Caminando, ¡que es gerundio!» Cuando digo pequeño, es que era pequeño. No pasaba de los seis años probablemente, y ya sabía que aquello significaba movimiento y acción, manos a la obra, sin demorar. Como si una fuerza arrolladora se hubiera puesto en marcha. Por lo que quedarse parado y estancado suponía un peligro. Sólo años después supe qué significaba realmente aquella expresión. Y perdió gracia. ¡Claro que es gerundio! Pero gerundio no me decía nada. Estaba junto al infinitivo y al participio, y se distinguen en su forma estupendamente bien. Nunca tuve problemas, ni los confundí. Ni siquiera cuando se les llamaba perfectos. Aquel juego en clase de lengua, que parecía entretener a la profesora, no tenía ningún misterio. Al menos entonces.

A día de hoy prefiero, con conocimiento ya, el gerundio para muchas más cosas. Ahora comprendo que se puede generalizar, y se debe generalizar, en diversas ocasiones. ¿Cómo se sale de la crisis? Saliendo. ¿Cómo se juega al fútbol? Jugando. ¿Cómo se aprueban los exámenes? Estudiando. ¿Cómo se crea un blog? Escribiendo. ¿Cómo conoceré el amor? Amando. Y así sucesivamente. Tantas veces como quieras, y para todas las preguntas parece existir una respuesta en gerundio. El infinitivo es demasiado arisco y contundente, incapaz de dialogar. Se esconde incluso en las perífrasis obligando y mandando. El participio adjetiva, da por hechas (para muestra un botón) las cosas antes de haber terminado, y tiene algo de olgazán (tan vago que olvida su propia «h») porque nunca lleva la batuta. Sin embargo el gerundio imprime carácter, moldea situaciones, es aventurero. Tiene un punto importante de servicio, capaz de invertir las situaciones. Me gustan los gerundios. Los presentes se quedan sosos, aunque sean primos hermanos. El caso es que con gerundio se construyen además frases de perogrullo que portan grandes verdades. No se pueden decir de mejor modo, así que se repiten. Vienen a confirmar dónde está la clave, pero llaman a la acción y les dan vida. Por otro lado, para explicar un buen gerundio reclamas la atención de otras muchas palabras grandes. No puede ser de otra manera. El gerundio es difícil de explicar, a palo seco, cuando no hay vitalidad, ingenio, transformación, crecimiento. Y no se puede confundir con la pasividad, la mera recepción, la buena disposición a acoger y soportar; implica al sujeto. No hay acción fuera del sujeto cuando utilizamos un buen gerundio contundente.

Hoy he encontrado este solemne párrafo, que comparto con vosotros, para que comprobéis con un ejemplo que no se pueden decir de mejor modo las cosas que a través de los gerundios: «La fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.» (Porta Fidei, 7)